lunes, 22 de agosto de 2011

Stalker y la crisis espiritual del mundo moderno


Desde hace algunos años soy muy aficionado al cine, pero no a cualquier tipo de cine convencional, y muchísimo menos a las grandes producciones hollywoodienses con sus mensajes prefabricados y mensajes propagandísticos. Disfruto mucho más con el cine europeo de autor, o bien con películas que no tienen la mera intención de entretenerme un rato contándome una historia típica basada en tópicos e ideas que hemos visto mil veces en películas similares. El cine y la Tv deberían tener unos fines más allá de convertir al espectador en un mero sujeto pasivo que no interviene para nada, donde todo aparece previamente digerido para que éste no tenga que preocuparse de nada. Por eso el cine debe remover conciencias, remover el espíritu crítico o despertar nuevas afinidades intelectuales. En ese sentido hay una película que me parece sublime, que he visto al menos 6 veces y cuya historia no es en absoluto comercial, ni mucho menos recomendable a aquellos que quieran pasar el rato sin más; me refiero a la película de Andrei Tarkovsky “Stalker”, del año 1979 y que para mi tiene una significación muy profunda.

La película se desarrolla en un contexto totalmente atemporal. En las primeras escenas aparece un río junto a grandes complejos industriales, y siempre lo hacen en blanco y negro con ligeras tonalidades de color sepia. Da la imagen de oscuridad, tristeza y desesperanza de un mundo vacío donde los antivalores del hombre-máquina han triunfado, y con ellos toda la realidad se encuentra abatida en la desesperanza. En ese contexto aparece la figura del “Stalker”, quien se presenta como un guía de la llamada “Zona”, un lugar donde los sueños y esperanzas de cualquiera pueden llegar a cumplirse. Su trabajo es muy peligroso, a la par que desinteresado pues la llamada “Zona” es un lugar custodiado por el ejército donde nadie puede entrar. Para traspasar la frontera entre ambos mundos es preciso jugarse la vida. Aparecen dos personajes en escena que, junto al Stalker, son los protagonistas de la película que vienen a representar dos polos simbólicos de la existencia: por un lado el científico, escéptico en materia de espiritualidad, y atraído por la curiosidad y el interés particular hacia la llamada “Zona”. Por otro lado tenemos al escritor, quien representa un cúmulo de vicios propios de la decadente vida burguesa, y que busca nuevas fuentes de inspiración en esta especie de viaje iniciático. Al margen de éstos, el Stalker ejerce su función de guía de forma absolutamente desinteresada, fiel a sus ideales, experimentando la existencia fuera de la “Zona” con desesperanza y amargura.

En el periplo de estos tres personajes por la “Zona” se reproducen infinidad de conversaciones que reflejan un universo de metáforas y simbolismos en los que se reflexiona sobre la existencia de Dios, el arte o el mismo significado de la vida. La “Zona” es un lugar mágico y perturbador donde se acumulan ruinas vencidas por el implacable avance de la naturaleza. Bellos parajes donde reposan tanques herrumbrosos entre la tupida vegetación, casas derruidas y el insistente sonido del fluir del agua nos sumergen en una atmósfera casi irreal y de gran poder visual.

El Stalker no es más que un pobre desgraciado sin un lugar en el mundo, y frente a él los hombres de ciencias y letras que se creen en posesión de la verdad absoluta amparados en los conocimientos y leyes que rigen el mundo material. La Zona es una especie de oasis o reducto espiritual en la que las leyes humanas no tienen ningún valor. Allí encontramos la auténtica pureza, sensibilidad e inocencia que parece ajena al devenir del tiempo, un lugar donde los deseos pueden cumplirse, pero para ello es necesario creer. Toda la persona que traspasa la frontera entre el mundo real, decadente y materialista, y la Zona debe hacerlo debidamente purgado de todo prejuicio y asumiendo su condición de ignorante. De ahí que la “Zona” represente una vía de ascesis e iniciación que no todos son capaces de comprender. De hecho la esperanza del Stalker, donde reside su felicidad más verdadera y profunda, es en la capacidad de transformar a aquellos que se adentran en el lugar bajo su guía. Por ello Stalker es una metáfora de la vida misma, una profunda reflexión sobre la erosión de los valores espirituales en un mundo donde sólo hay lugar para el interés particular, el hedonismo materialista y los grandes poderes económicos. Dado el origen del director, Andrei Tarkovsky, y su visión crítica hacia el régimen soviético podríamos ver también una crítica al sistema comunista y su acción represiva contra todo resquicio de espiritualidad entre la población rusa. Sin embargo Tarkovsky trasciende toda crítica particular para poner en tela de juicio la misma modernidad, de la cual, el comunismo es un indudable producto. La ciencia, la tecnología y en general todo el progreso material, sobre el que se cimentaron tanto el liberalismo como el marxismo, debían ser garantes de felicidad eterna, poniendo fin a todos los problemas y creando un auténtico paraíso en la tierra. Sin embargo esos “grandes ideales” ,de naturaleza casi teleológica, han resultado en la práctica totalmente contrarios a la teoría. De ahí que toda esa prosperidad material haya crecido sobre una auténtica ruina espiritual del hombre. Pero en esas ruinas todavía es posible edificar una nueva concepción de la vida, hay todavía un mensaje de esperanza a pesar de la decrepitud de las imágenes y las sombrías y apocalípticas conversaciones de los protagonistas. Por estas razones, y muchas más, Stalker va mucho más allá del cine convencional para culminar en una obra de arte que refleja de forma trágica y profunda la crisis espiritual que vivimos en los tiempos presentes.